El arma fue uno de los mayores descubrimientos de la Prehistoria, al dar origen a la civilización. En un inicio, fue hecha de piedra, hueso y madera, permitiendo que el hombre se protegiera del ataque de los animales para poder cazarlos, domesticarlos y practicar la agricultura.

Más tarde, con la invención de la pólvora, se creó la lanza de fuego en la Antigua China y después, en Europa, el cañón de mano. Luego, surgió la pistola de cañón largo con la “esfera de plomo ardiente” y con la mecha, se inventó el arma de fuego portátil, haciendo posible su manejo por un sólo usuario.

Asimismo, en Alemania, se modificó el cañón de la pistola; de tal manera que, el proyectil girara al salir sin perder su dirección. Después, se modificó la capacidad de recarga, con la finalidad de realizar hasta 3 disparos en un minuto.

Con ello, surgieron armas de fuego como el rifle o el revólver. Mismas que, en conjunto con otras, como la granada o la escopeta, fueron utilizadas en la Revolución mexicana.

Asimismo, el Ejército mexicano, durante el porfiriato, adquirió nuevas armas como la ametralladora y artillería con mayor alcance. Como algunos modelos de la carabina Winchester que utilizaron las fuerzas maderistas u otros de la carabina Máuser que empleó el Ejército Federal, además del fusil.

En dicho conflicto revolucionario, también se usaron armas blancas, como el sable y la espada, que fueron usadas por los altos mandos como símbolo de gala o de liderazgo.

Es así que, en la actualidad, el desarrollo y las mejorías de estos armamentos no se detiene. Siendo cada vez más novedosos, gracias a los avances tecnológicos y científicos, como la ciencia de las mediciones; con el objetivo de implementar medidas de seguridad que prevengan accidentes cuando se manipulan.

Además, su estudio ha permitido una mayor precisión, ha hecho posible su identificación cuando se dispara – al dejar un marcaje único, ha dado acceso a escoger la más adecuada – en base a las características propias del usuario y del lugar, entre otros beneficios.